viernes, 20 de junio de 2008

Una noche que nunca olvidaré

No sé si es la mejor noche de mi vida pero es una noche que nunca olvidaré.Todo empezó un viernes por la noche cuando estuve a punto de perder el último tren regional que me llevaba a casa. Utilizo este tren los domingos para ir a la Universidad y los viernes para pasar en casa el fin de semana. Es un tren que normalmente está atestado de universitarios y en el que abundan las universitarias cachonditas. Yo siempre intento sentarme frente a una de ellas, pero no siempre es fácil de conseguir porque o bien algún cretino se te adelanta, o bien ya van acompañadas por su novio o alguna amiga.

De cualquier manera uno inconscientemente siempre lo intenta, aunque seas perfectamente consciente de que hay una ley empírica que dice que cuanto más guapa es una chica, menos posibilidades tienes de que te dirija la palabra (o por lo menos la mirada) en un vagón de tren; lo normal es que vayan repasando los apuntes, escuhando música con su ipod puesto o directamente durmiendo. Te puedes pasar la hora larga que dura el trayecto buscando un fugaz cruce de miradas pacientemente y no conseguirlo. La verdad es que aveces es muy frustrante. Pero aquel día en que casi pierdo el último tren, el de las 22.30 que es el que va más vacío, no lo hice conscientemente porque entré a toda prisa hablando por el móvil sin fijarme donde me sentaba. Estaba contándole una anécdota bastante graciosa a un colega cuando me di cuenta de que el vagón estaba prácticamente vacío y yo tenía a una tía impresionante en frente que sonreía sutilmente por el contenido de nuestra conversación. El tren se estaba poniendo en marcha a medida que me iba haciendo consciente de esto...así que en seguida me entraron las prisas por acabar la anécdota y colgarle el teléfono a mi amigo.

Yo estaba bastante contento porque era viernes y lo único que tenía que hacer era dejar la mochila en casa y salir a emborracharme con mis amigos, y presentí que a ella le pasaba algo parecido porque por extraño que parezca estaba igual de alegre y comunicativa que yo. En seguida se entabló una conversación muy simpática, Paula, que así se llamaba, aunque tenía aspecto de pija clásica, muy morenita y con pelo castaño claro, era una tía abierta y alegre que estudiaba sociología. Venía a pasar el fin de semana a casa de una amiga. Al llegar el tren, por primera vez en mi vida sentí el fastidio de que el puto regional de Renfe llegase en hora. Se nos hizo tan breve el viaje que no cogimos la confianza suficiente como para intercambiar los teléfonos. Me cogió tan de sorpresa la llegada que no supe como quedar con ella en algún garito de noche. Su amiga le estaba esperando en la estación así que nos despedimos cordial pero rápidamente.

Se puede decir que yo llegué a mi casa flotando y que me pasé toda la noche con la esperanza de encontrarme con ella. Me pasé la noche obsesionado, creo que debí de entrar en todos los bares de la ciudad, claro, mis colegas no entendían nada. Hice todo un estudio de deducción mental de a que tipo de bares podría acudir la amiga sólo por su estética, pensé, pensé que al estudiar sociología podrían ir a bares más alternativos, pero me faltaban datos para acertar.

Estaba desolado. Eran las cinco y media de la mañana y había perdido ya la última esperanza de encontrarme con Paula. Entré en un bar de bocatas de esos que abren temprano y se llenan de borrachos hambrientos; pedí el bocata menos glamuroso del mundo...un enorme bocadillo de chorizo frito y una cerveza. Me sentía autodestructivo así que necesitaba grasa para dar de comer a mi dolor. Me senté en una solitaria mesa llena de botellines sin recoger y de pronto sentí un soplido en mi nuca. ¡No me lo podía creer!¡Mierda! Era Paula y yo con la grasa del chorizo chorreándome por la comisura de la boca!

Nos quedamos hablando un buen rato. Me presentó a su amiga que era bastante antipática pero por suerte estaba entretenida con un grupo de gente. Paula se sentó conmigo en la mesa y al rato empezamos a tener la misma extraña conexión que surgió en el tren. Pasó el tiempo y el grupo de Paula se levantó. Yo me temí lo peor...pero ella dijo que se quedaba un rato más. La amiga le dejó las llaves y nos quedamos juntos. Eran ya las siete de la mañana y la llevé al garaje donde suelo ensayar con mi grupo los fines de semana. Nos tiramos en un sofá que compramos en el Centro Reto y en seguida nos pusimos a follar. Ella empezó a mandar, parecía como si se hubiese transformado de personalidad. Tenía un cuerpo precioso y se excitaba tanto que parecía que en lugar de follar conmigo estuviese follando sola. La cosa fue a más hasta que de pronto, en el mayor momento de excitación me empezó a gritar como una posesa: ¡Méame!¡Méame encima!¡Méame encima, por dios!

De golpe todo se me vino abajo.

Nécora

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